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El Cine es una Rosa

  • Foto del escritor: Izabela Silva
    Izabela Silva
  • 21 ene
  • 9 Min. de lectura

Actualizado: 5 feb

Fotografia tirada na praça da Liberdade em Belo Horizonte, com Rosa Maria Antuña no centro da imagem, ela esta usando uma camiseta azul e esta segurando uma rosa de cor clara

Por Izabela Silva | Ensayos


¿Qué es el cine? ¿Qué es una película? ¿Qué hace que alguien sea cineasta? Preguntas como estas resuenan sin respuestas definitivas. Para Chantal Akerman, “El cine es cine es cine, una rosa es una rosa es una rosa”, en eco de las palabras de Gertrude Stein en el poema Sacred Emily. Sin embargo, en 1968, una autoproclamada no cineasta brasileña demostró, a través de su lenguaje poético, que una rosa es cine y el cine es una rosa, convirtiéndose en una de las primeras mujeres en dirigir una obra cinematográfica en el país.


Durante mi graduación en Cine y Audiovisual, como parte de la primera promoción que, en 2014, reabrió la carrera en la Pontificia Universidad Católica de Minas Gerais, descubrí el nombre de Rosa María Antuña, quien había estudiado en la misma institución en los años 1960. Durante ese período, me di cuenta de que la historia del cine, tal como se enseñaba, parecía ignorar la participación de las mujeres. No se mencionó a ninguna directora en todos los temas y los libros de referencia rara vez abordaban sus contribuciones. Esta ausencia generó interrogantes sobre las condiciones del mercado audiovisual: ¿eran reales las oportunidades para las mujeres? ¿Hay otras cineastas activas? ¿A cuántos les borraron sus historias?


Luego comencé una investigación que reveló que, aunque pocas en número, muchas mujeres desafiaron las convenciones y contribuyeron significativamente al cine en Brasil y en todo el mundo. Desde Cléo de Verberena, que dirigió O Mistério do Dominó Preto en 1930, hasta Carla Camurati, quien reavivó el cine nacional en 1995 con Carlota Joaquina, 72 mujeres estrenaron largometrajes en salas de cines brasileños. 


Hasta 1960, sólo seis mujeres habían estrenado sus películas en el circuito comercial. Pero fue a partir de esta década cuando se produjo un aumento de mujeres en roles técnicos y en la dirección de cortometrajes. En ese contexto, Rosa María Antuña surgió como precursora del cine de vanguardia, siendo una de las primeras mujeres en dirigir cortometrajes de ficción en Minas Gerais.


Mi primer encuentro con Rosa tuvo lugar el 15 de enero de 2018. Me puse en contacto con ella a través de su hija, también llamada Rosa Antuña, bailarina reconocida a nivel nacional. El día de la visita, nos recibieron Rosa y su marido, Nilseu Martins. Sorprendida por la propuesta de entrevista, Rosa expresó con humildad que no había mucho que decir sobre ella.


La sala donde nos recibió estaba llena de relojes antiguos, una colección que parecía reflejar su personalidad. Nacida en Belo Horizonte el 13 de julio de 1939, Rosa es Cáncer, al igual que su madre, su hija y su abuela, todas llamadas Rosa. La tradición familiar de nombrar al menos a una mujer de cada generación con el nombre de Rosa quedó reflejada simbólicamente en el título de su primera película. Hija del comerciante español Geraldo Antuña Suarez y María Etelvina Barreto Antuña, Rosa tuvo una educación católica y asistió a escuelas cristianas, aunque afirma no ser una persona muy religiosa.


Ya formada como asistente de bibliotecaria, Rosa trabajaba en la biblioteca de la Facultad de Medicina de la UFMG cuando, a los 25 años, ingresó a la Escuela Superior de Cine (ESC), fundada por el cineasta y sacerdote Edeimar Massote en 1962, en la Universidad Católica de Minas Gerais (actual PUC Minas). La escuela fue creada con el objetivo de formar cineastas cristianos, pero las producciones realizadas por los alumnos, con el tiempo, comenzaron a reflejar inquietudes sociales y estéticas que iban mucho más allá de este propósito inicial. Era una época en la que el Cinema Novo estaba ganando reconocimiento internacional, sugiriendo que hacer cine en Brasil podría ser un sueño posible, a pesar de la creciente represión de la dictadura militar (1964-1985). La clase inaugural del curso estuvo a cargo de Humberto Mauro, pionero del cine en Minas Gerais y admirado por Massote.


Rosa dice que siempre le ha gustado el cine y vio el curso como una oportunidad para explorar algo nuevo. Inicialmente, invitó a una prima a inscribirse con ella en el examen de ingreso, pero la prima se rindió. Rosa continuó y encontró en el curso un ambiente estimulante, diferente al tradicionalismo de la sociedad minera, algo que influiría en su cosmovisión y, más tarde, en su obra.


Durante el curso, los alumnos vieron innumerables películas y participaron en debates, alentados por el movimiento cineclubista de la época. El cura Massote, admirador de cineastas como Bergman y Fellini, creía en la creación de un cine que transmitiera un mensaje social, algo que Rosa María Antuña describió como un zeitgeist de su tiempo: “En aquella época, este mensaje social estaba dentro de nosotros”. 


El primer contacto de Rosa con la cámara fue como actriz en la película Muerte Blanca (1968), de José Américo Ribeiro. Interpretó a una prostituta y, para grabar la escena, tuvo que esconderle a su madre una falda corta y un pintalabios rojo. La escena, grabada en la Avenida Afonso Pena, en Belo Horizonte, muestra a Rosa quitándose los zapatos y pelando un huevo cocido en un gesto lleno de disimulo, que recuerda a la actuación de Helena Ignez en O Bandido da Luz Vermelha (1968, Rogerio Sganzerla). La película fue bien recibida en el Festival JB/Mesbla y animó a los estudiantes a enviar más producciones al evento.


La audacia y valentía que demostró Antuña sobre el escenario no sólo eran compatibles con su actividad como actriz.  Animada por su amigo José Américo Ribeiro, tomó la cámara en mano para realizar la primera idea cinematográfica que se le vino a la cabeza: Rosae Rosa. Antuña cuenta que lo concibió en un momento de insomnio en un autobús en un viaje que hizo con sus amigas a Río de Janeiro. 


Sentimos que le tiembla la mano mientras la película se proyecta en la pantalla. Un plano abierto de un hombre en medio de la basura. En un plano posterior, cerrado, este mismo hombre camina por las amplias calles del centro de Belo Horizonte. Luego, un primer plano, y su silueta recortada contra el cielo gris de la ciudad. En total, son 32 planos para narrar 5 minutos de guión, demostrando la madurez técnica e intelectual de la autora, que no quería hacer una película cualquiera. Rosae Rosa retrata un conflicto de clases, a través del encuentro de un mendigo que pide limosna a una joven rica. La muchacha no le ofrece dinero, sino una rosa. Al recibir la flor, el hombre la traga y deja su mensaje al espectador: el hambre, no la poesía, es lo primero. Curiosamente, la película puede verse como una autocrítica por parte de la autora, que pone su propio nombre en el título de la película en latín, que significa "rosa para rosa". Un indicio de que la poesía (la rosa) de su propia película no le sirve a nadie más que a ella misma. En ese momento, Brasil enfrentaba una de las mayores crisis de pobreza de su historia y en ese sueño de hacer cine, Antuña demostró empatía política y social por el tema. 


Su segunda película, Solo (1969), fue una obra aún más atrevida. Grabado clandestinamente durante el período de represión militar, el cortometraje, de apenas 90 segundos de duración, muestra a una beata solitaria que, en un ambiente lleno de religiosidad, se masturba con la imagen de San Antonio. Para Rosa, Solo és un mensaje claro sobre la soledad femenina, una historia triste, filmada desde una perspectiva femenina. La protagonista no se presenta ante la cámara de forma erótica ni cumple con los estándares de belleza de la época. El padre Massote, al ver la película, afirmó que "sólo Bergman había rodado este tipo de escenas". Tras su única proyección en el Festival JB/Mesbla en 1969, la película generó interpretaciones controvertidas que llevaron a Rosa a la autocensura.


Durante más de 50 años, Solo permaneció escondido en una lata en su cocina, como un secreto cuidadosamente guardado, incluso para su propia hija.Solo fue recuperado digitalmente bajo la coordinación de la restauradora Débora Butruce, en una iniciativa vinculada al proyecto de documental Yo no soy cineasta*, que estoy desarrollando. A pesar de los esfuerzos por restaurar y preservar esta importante obra, Rosa se mantiene firme en su decisión: Solo, sólamente podrá mostrarse públicamente después de su muerte, posición que reiteró en varias conversaciones. Sin embargo, una pequeña excepción se hizo en marzo de 2024, cuando Rosa permitió su proyección pública por primera vez en años en el Festival Punto de Vista en Pamplona, ​​España, donde la película fue recibida con honor, sorpresa y admiración por la comunidad cinematográfica europea.


Después de Solo, Rosa abandonó el cine, alegando dificultades financieras y la falta de apoyo institucional en Minas Gerais. Si Rosa quería seguir haciendo cine, tendría que mudarse a Río de Janeiro, donde se concentraba la mayoría de las producciones, o a Estados Unidos: “Pero yo no iba a renunciar a mi trabajo y a mi seguridad financiera, para perseguir este sueño. Para hacer películas en esa época, gastaba mi dinero y no ganaba…”, dice. A pesar de ello, trabajó durante un año como secretaria del cura Massote en la escuela de cine, antes de su cierre en 1970, provocado por la dictadura. Posteriormente se casó con Nilseu Martins, también estudiante de cine en la escuela, en una ceremonia realizada por el propio cura Massote. Siguió su carrera como bibliotecaria.


Sin grandes ambiciones artísticas, Rosa María Antuña recuerda esta época como un juego de su juventud. Hizo películas porque pensaba que eran divertidas. Dijo que nunca se consideró cineasta y que incluso si hoy produjera un largometraje no adoptaría esa designación. 


Antuña no era consciente de que su impulso y su afán de creación personal eran reflejo de una verdadera autoría cinematográfica, una tendencia que en aquella década crecía en todo el mundo. El cine fue el lenguaje que encontró para expresarse y comunicarse, pero no imaginaba la amplitud del gesto político que estaba realizando al ser mujer y producir, escribir, fotografiar y dirigir sus propias películas. “No pensé que estaba haciendo una película para ser vista. Todo se hizo de una manera muy personal, la película era para mí. Una creación que saqué en forma de película, cómo escribir un cuento o un poema, pero en mi caso fue en forma de película (...)”. 


De este panorama histórico, podemos destacar algunos factores característicos que influyeron en el cine de Antuña: 1) El deseo de la realizadora de romper con los valores conservadores en Minas Gerais; 2) El fomento en la escuela del experimentalismo, de los temas sociales y de la libertad de expresión dada por el cura Massote a sus alumnos, aunque con resistencia; 3) Su formación como cineasta integral, dotada de una sólida base crítica y técnica, algo que contrastaba con el contexto de otras directoras brasileñas hasta entonces.


Entre los motivos que la llevaron a dejar el cine destacan los siguientes: 1) Falta de condiciones económicas; 2) La posición geográfica de Belo Horizonte, que la alejó del principal eje productivo nacional; 3) La ausencia de apoyo continuo, ya que su círculo de amigos y su escuela fueron los principales impulsores para la realización de sus películas; 4) Incomprensión y falta de reconocimiento por su trabajo creativo; y 5) Aunque Rosa no sufrió directamente la persecución artística, es imposible ignorar la influencia del contexto político brasileño de 1969, marcado por el AI-5 y la represión de la dictadura militar, peligrosa para los artistas, factor que pudo haber alimentado la autocensura de su película Solo.


Cincuenta años después, cuando me gradué, me invadieron los mismos interrogantes que acosaron a Rosa María Antuña en 1969. Recuperar su historia me revela no sólo su relevancia, sino también cómo, a pesar del tiempo transcurrido, las angustias y temores de Las mujeres cineastas continúan de manera similar. En 2017, cuando terminé la carrera de cine, nuestro país estuvo marcado por un golpe de estado contra la presidenta Dilma Rousseff, seguido de la elección de Jair Bolsonaro y el desmantelamiento de las instituciones culturales. Sin embargo, a diferencia de Rosa, logré encontrar pequeñas vías de escape para seguir mi sueño de hacer películas en condiciones más dignas, aunque esto me obligara a dejar Belo Horizonte.


Hoy en día, en Brasil y Minas Gerais, florecen nuevas posibilidades para las mujeres en el cine, de las que incluso se beneficia el proyecto Sara y Rosa: fondos de financiación pública, políticas de cuotas, una red de festivales nacionales, cineclubs y el surgimiento de nuevas escuelas de cine y espacios de formación crítica. Aunque las mujeres siguen siendo una minoría en la dirección cinematográfica y enfrentan altos costos emocionales y profesionales, estos logros representan avances importantes. Por eso es tan esencial sacar a la luz la historia de Rosa: su legado nos recuerda que cada paso dado hoy es el resultado de luchas libradas durante décadas y que, incluso pequeños, estos cambios conllevan la esperanza necesaria para construir un futuro más inclusivo.





*Yo no soy cineasta es un documental en fase de desarrollo, dirigido por Izabela Silva, en coproducción entre las productoras Abre Caminho Filmes (Brasil), DGT Filmes (Brasil) y Escarlata Estúdio (España). El proyecto cuenta con recursos de la Ley Paulo Gustavo y del fondo BH Nas Telas, además de ser una de las películas promovidas por el Laboratorio de Acompañamiento Editorial de Documentales de Creación de la Universidad Pompeu Fabra en Barcelona. La película narra la trayectoria de descubrimiento y acercamiento entre la directora Izabela Silva y Rosa María Antuña, impulsada por el camino de recuperación de sus obras y las huellas del cine que atravesaron la vida de esta "no cineasta". 



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Imagen: Still frame "You no soy cineasta"

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